De zinc, en apariencia frío pero cálido en el recuerdo.
Recuerdo cuando el sol se bañaba hasta gastar su fondo. Mi eterna bañera, las ascuas, su lavadora de plata.
Plata y luna velaban su orilla, con cientos de estrellas salpicando las baldosas del patio. . .
No hace mucho tiempo vivían en una cueva siete hermanos: "La Mayor", rubia y risueña de ojos insomnes; "El Que la Seguía", tan alto como la torre de la Colegial; "El Otro", pillo y bruno; "El Que iba después de El otro", más pillo, mellado; "A Continuación", ágil y astuto; "Continuará", torpe y nervioso, y por último, "Final"; pues bien, estos siete hermanos vivían en la Cueva del Vino, delgada, blanca, descalichada, hambrienta, et cetera, et cetera. Y como vivían, dormían, apilados, en ayunas, y rodeados de libros. Tantos libros como legañas, pero felices y sin perdices, pero sí con palomos y zureos y madrugadas. Y todos, "La Mayor", "El Que la Seguía", "El Otro", "El Que Iba Después del Otro", "A continuación", "Continuará" y "Final", alrededor del de zinc divisaban las olas que ondean por su bandera, y el azul, desparramado por las paredes iba volcando macetas, geranios, cintas y colios, una y otra, al suelo, el barro de los tiestos y la tierra desparramada, pero el de zinc inmóvil, como el de Delfos, reuniendo a todos en torno. Epicentro de la gracia.
Ahora el televisor, la estufa, el gas, epicentros oscuros, cómodos, ¿plenos?. ©
...