miércoles, 2 de octubre de 2013

martes, 1 de octubre de 2013

PUES TE INVOCO


    Os evito, no podéis haceros una idea de cómo os evito cruzando avenidas y paseos si intuyo vuestra sombra. Mira que es hermosa la sombra del pruno, sobre todo en flor, al caer la tarde; y hermoso el azafrán cuando amanece en lo profundo de la tierra, hermosa la arcilla, el arrebol, hasta el óxido sensato del recuerdo es hermoso. Bello y rojo como las cerezas, pero vuestro pelo... de rojo peligroso... Un ciento de hormiguillas recorrerán vuestras mejillas, -así está escrito desde el principio de los tiempos, cuando el Verbo-.

    Os evito, extraños pelirrojos, seres cruzados por la gracia. Ay de mí si a vuestra llegada, -como relámpagos-, no hay presto un botón que preste seguridad y protección, casa. Ay de mí y de ti si, sin quererlo, no lo llevas, el botón digo,  aparecen, créanme si aparecen, cruzados por la luz en continuo estarse quieto. Ellos saben de fanales, del cobre subterráneo que entinta lo profundo.

    El dedo corazón y el pulgar, en secreto código que hoy os desvelo, - no es superstición, ni recuento absurdo, créanme-, se unen aprisionando, - a mayor presión, antes pasa el rayo-, el minúsculo botón de las esquinas. Y cuando camiseta, si hiciera falta, un secreto botón cosido a las entrañas.

                           Pero a ti yo te invoco, pelirrojo
                           entre pelirrojos. Y araño
                           con descaro, ojales que te traigan.
                           Demando tu sonrisa poblada de anaqueles,
                           que es luz y da sus frutos,
                           sin junios que la agosten.

                           Te invoco, tú lo sabes,
                           "terrible" y solidario te presentas.

                           La tarde sabe ya de mis manías
                           y presta va prestando
                           botones que te acerquen,
                           te traigan,
                           pues te invoco.

                                                                   Miguel Ángel Jarquín ©