Era verde, lo recuerdo como si fuera ayer. Verde, grande, se asía con las dos manos, se elevaba por la cocina como un cáliz en su altar. El tazón, un sol de redondo. Con sumo cuidado se llevaba a la mesa de la salita, presumiblemente y no podía ser de otra manera, de camilla. Y allí ya estaba esperándonos él, desde ayer lo hacía. Bendito ese cabero de pan porque íbamos a gustar de su redención.
Y como cuando el rosario, que por los dedos pasan las roídas cuentas, como el rosario, así las migas, entre los dedos, y empieza el café con leche a penetrar por sus poros reblandeciendo lo que fue piedra hace unos minutos.
Así mi corazón, que hace las veces de tazón, verde por supuesto, porque está lleno de esperanza, espera las migas,
Caminaba cierto día Almutamid, por la orilla del Guadalquivir junto con su amigo, el también poeta Ibn Ammar. Cuentan, que ambos solían jugar muy a menudo a improvisar versos. El Río Grande bajaba presuroso, y en uno de sus remolinos derramó el rey sevillano estos versos:
"La brisa convierte el río
en una cota de malla"
Versos a los que debía de hacer rima Ammar, pero se adelantó una voz femenina entre los juncos, tierna y morena por el sol de septiembre, que contestó:
"Mejor cota no se halla
como la congele el frío".
Y una risa espontánea, pícara y cascabelera echó a correr por las orillas. Se alejaba una negra cabellera hacia el arrabal trianero.
Al Alcázar llegó Ibn Ammar trayendo a Almutamid las buenas acerca de aquella niña. Se trataba de Itimad (qué recuerdos de este nombre), una sencilla alfarera, esclava del mercader Romaik. El Rey quiso comprarla y hacerla suya, desde aquel día quedó maravillado por su voz, su belleza, sus versos... Pero el alfarero no quiso vender a su futura Reina y la entregó a Almutamid más que encantado.
Ambos, Itimad y su regio esposo vivían en armonía, llenando con su poesía cada rincón del viejo Alcázar. La cultura se respiraba por cada poro de la ciudad y a ella llegaban poetas desde cualquier rincón de al-Andalus.
Atrás había quedado aquella tarde que mi memoria sitúa a finales del verano. La vendimia cortó sus frutos. Itimidad, la Romaikiyya, quería ver la nieve, siempre tan oída y mentada por palacio. Ella solo sabía de algodones, de lunas y azogue por las fuentes, pero no del oro blanco de la Sierra. Enterado el Rey, mandó cuajar de almendros toda la sierra sevillana, para que al florecer hiciesen soñar a la linda alfarerita con la anhelada nieve.
Pero el capricho de la Reina, el más hermoso, fue, que debido a la nostalgia por su oficio en aquel taller arrabalero, fue languideciendo durante todo un día. Como la Delgadina romancera. Almutamid tejió sus mejores versos con sus muestras de cariño hacia su mujer. Y a la mañana siguiente, la despertó tarareando una melodía, estaba contento. Descorrió las recias cortinas que cubrían la celosía, para que el sol temprano y primo, como aquella cota de malla del río que los unió, le diese en su morena tez. Las lágrimas secas de la noche brillaban ante el resplandor. -Corazón, levanta, asómate al patio, algo te llama. Y la Romaikiyya, no sin ayuda, se incorporó entre cojines y almohadones, y despacito fue a asomarse a la baranda del piso alto y cuál fue su sorpresa, ya el olor delataba la hazaña de su esposo. Había mandado traer durante toda la noche ámbar, almizcle, canela, pero también rosas, buganvillas, y la blanca flor del arrayán. -Anda esposa mía, se acabó la pena, amasa tus ladrillos con tus sirvientas. Vuelve a ser aquella joven trianera, ahora,como la brisa por el Guadalquivir, libre, hermosa y Reina de Sevilla.
Tanto fue el amor que se profesaron que Itimad acompañó a su esposo a su destierro tangerino.
Aun resuenan en mi mente aquellas bulerías,
"No me llores Rumaikiyya
que vas a hacer tus ladrillos
con perfume y buganvillas".
Aquellas buganvillas que un día nos cruzaron y quedaron latiendo por nuestros bailíos.
Canta Lole Montoya acompañada de su por entonces Almutamid contemporáneo llamado Manuel Molina.
Nada de nada, como en Bienvenido Míster Marshall, el fin del mundo pasó de largo ente nosotros. Ya hay que ser malage con la que le teníamos preparado por Jédula, donde desde el más chico al más grande del pueblo vestido de hebreo para recibirlo y hacerlo probar uno de esos ricos buñuelos que con tanto cariño prepararon las señoras, mis queridas "intensas" jedulenses. Viviendo cada acto con tanta pasión y encanto como si hubiese un fin del mundo en cada esquina, a la vuelta de unos ojos. Y es que por esas tierras se quiere de verdad, de corazón, y si no que se lo digan a su linda Patrona, la Virgen de la Salud, que no le falta ni un alfiler de fe y devoción nunca.
He esperado las horas pertinentes por si venía con retraso, por si estaba entretenido por otras tierras, nosotros, como para tantas otras cosas, los últimos para todo. Así que ya creo que era hora de ponerle esta reclamación. En fin, merece la pena seguir en la brecha, adelante, sobre todo por unos ojos de frente.
Hablemos del olvido y de este insomnio y de las horas...
A veces me desvelan los recuerdos que se agazapan y se prenden de las sienes y no desisten en su empeño por rendirme. Yo no quiero abrir los párpados, no. Que el sueño a través de la música fluya, pase, como el agua dejando a los puentes, es lo que deseo. Y de nuevo La Sonnambula belliniana, su Ah! non credea mirarti... me hiere tanto que debo secarme los ojos antes de que el sueño, por fin, me venza.
Pienso en las magnolias que tanto regué y que vi extinguirse como el cariño, en poco más de una semana.
La música sigue de fondo prestando velos a la noche, en el duermevela de la luna; y el minutero, parado en los relojes, exhausto ya de dictar momentos y de besar levemente, de cuando en cuando, a su manecilla compañera. Ay, la maldita distancia. No por ella se deja de latir, si no que en esas vueltas donde las manecillas se cruzan, el tiempo ralentiza su paso casi queriendo enredarnos en otros brazos, en otras secuencias temporales. De ahí que éste disminuya o acelere su paso y a veces se palpe en la tarde o se desboque por las llanuras. Luego, la misma tarde nos echa a volar y desea cruzarnos de nuevo.
Y así también se cruzan mis pensamientos de uno a otro, como aquellos ficheros de biblioteca que todavía suelo utilizar, y son mis ovejitas contadas, uno es pastoreño, ¿sabe usté? Y siempre van del azul al blanco, de una orilla a un faro, de ti a mí, hasta que me duermo...
Ni que decir tiene que es por todos conocida esta niña. No tan niña ya. Me contaba ayer un ángel de cómo pasar las anginas en buena compañía, y a través de la radio mitigaba su dolor y más que este su pena, por no dejarlo una corte ver la tele tan siquiera un rato. Pues bien, esto me ha traído al recuerdo a este otro ángel llamado Celia. Sí y digo ángel aunque para otros se trataba del mismísimo Luci¿qué?, pero en fin, ellos se la pierden. Y es que los pequeños tienen que ser traviesos, inquietos y sobre todo, como nuestra querida amiga, gozar de una inagotable imaginación.
Yo fui un niño, inquieto, y más que travieso "malo" sin maldad, pero pillo. Para ciento y una entrada darían mis correrías infantiles. Bien puede dar cuenta de ello mi familia. Cada punto de mi frente es una medalla de alguna aventura, je.
Y hablando de ángeles, del de los ojos azules a una Ángela, con mayúscula y voz propia también, de ojos zaínos, guapa a rabiar, con donosura y garbo. Mi querida prima, Ángela. Que bien podría ser alguna de las compañeras de esta Celia, pero de las más buenas. Porque es un cachito de pan como decimos por aquí. A ella dedico esta entrada, a su saber estar, a esa candidez natural propia de las buenas personas. No cambies nunca, niña, sé que no lo harás.
Amanecer por mi tierra con mal cuerpo trae a mi memoria del gusto sabores y aromas de candié. Sí, así de bien suena esta pócima. Cuando doña Concha cantaba aquello de "y compré en la farmacia vino español", uno siempre barrió para la tierra, y pensé en nuestros vinos y licores.
Es bien sencillo, de candy y egg, del inglés, candié, así nos ahorramos siglos de etimología. Pero es que se puede decir tanto con tan poco. ¿Que en qué consiste el candié? ¿Para que lo utilizábamos por estos lares? Más sencillo aún, el candié es eso, la yema de un huevo, mezclada con azúcar y vino dulce de jerez, o brandy en el mejor de los casos. Se tomaba casi siempre en ayunas como reconstituyente. Y qué bien caía y cae.
Yo, que nací por los ochenta, soy un viejito, y he tenido la gran suerte de ponerme pachucho y tener cerca a personas sabias. Candié. Qué bueno fingir el malestar y qué malo cuando te daban otra cosa, entre ellas un sopapo por embustero. Hasta se le daba a los cargadores en los refrescos, según mi padre.
Pero ahora, nos asustamos con todo, y con cualquier "sarpullío" estamos en el médico, qué ganas hay que tener. ¡Mira que darle alcohol a un niño! en fin.
Añoro la sabiduría popular de mi tierra, de la tuya. En ella mil y una vez nos curamos.
¿Cómo describir el dolor físico a través de las palabras? Bien lo conseguía la amiga Frida a través de su pintura y seguro que se quedaba corta. El dolor a veces alcanza cotas tan altas que da vértigo pensarlo.
Esta tarde, ni los analgésicos, ni el sulfato de morfina, ni las palabras de aliento y calma, todo es inútil cuando el frío, con acero de puñal, se adentra por el pecho y sale por la espalda, es ahí, donde la empuñadura choca y el dolor se hace más intenso, tan intenso que impide respirar con normalidad, notas el frío del acero como digo.
A veces el dolor, viene con las galas de un amante, y te abraza para abrasarte los tobillos. Te sientes un ánima en pena en tu particular purgatorio. A todo se acostumbra uno, hasta al fuego.
Hasta pestañear duele en ocasiones y no exagero, somos los andaluces muy dado a ello, pero no exagero, créanme, duele tanto como separar la uña de la carne, como separar las hijas de un padre, como en el caso de Rodrigo Díaz.
Como en la ilustración de esta entrada, el dolor llega a la tarde con el tiento de cien pequeñas guadañas, llámalas puñales, puntillas o sebastianas saetas que acribillan y minan. Te acostumbras.
A veces notamos cristales en los pies y subiendo por las rodillas un enjambre de hormigas que nos muerden o nos besan. Yo también las quiero, tan mías ya...
Otras tantas, el dolor, de tan sutil, te impide que lo notes, pero está ahí. Peligro entonces, te quemas, te pinchas, te mojas y no lo notas, solo el corte, la quemadura o el empape serán testigos de este. Cuando dije márcame, me refería a otro tipo de estigmas, en fin, hágase tu voluntad.
Cantaba mi paisana Paquera, aquella rancia soleá que decía:
"Al de la Puerta Real
yo le pío pa mi hermano
la salú y la libertá".
Y cuánta razón tenía. Este es el Cristo entre los Cristos de Jerez, el verdadero Señor de sus fronteras. Y qué poco se le reconoce. ¿Quién no ha pasado delante de su capillita, abierta en los Remedios junto a la Rosa de Oro, y no se ha persignado ante su imagen? Los numerosos exvotos nos hacen pensar que aquí, allí se mueve algo grande, casi inexplicable y que solo la fe da razones a ello. El de la Puerta Real, un Ecce homo, solo el busto, que antaño procesionó en alguna ocasión junto con la del Mayor Dolor. Y qué olvidado por el mundo cofrade a veces. A "este" no le dan medallas de oro de la Ciudad, y sin embargo Jerez lo lleva en cada hijo como en un relicario. La única imagen venera en las puertas de la antigua ciudad amurallada. Ni Virgen de la Antigua del Arroyo, ni aquel lienzo con la Estrella, el de la Puerta Real. Hasta él se llega de muchas formas y desde distintos puntos, siempre me gustó buscarlo, no pasar por casualidad, y entrar por el callejón de los Caracoles, y desde la estrecha esquina empezar a oler las garrapiñadas del kiosko de la esquina, cómo las tuesta, hace que toda la calle se prenda de ese olor y no puedes resistirte a pasar de largo, es un inusual incienso para anunciar la dulce mirada del de la Puerta Real. Y si alguna vez, pocas, encuentro abierta la Capilla de los Remedios, todo un lujo pasar a visitar al maravilloso Calvario, sobre todo a la magnífica dolorosa atribuida a Astorga. Capilla de los Remedios donde se fundó mi hermandad del Amor, y en homenaje lleva la titular de mi Cofradía, bendito nombre, Remedios.
Porque también se muda el alma empecé a embalar sentimientos, vivencias, recuerdos y olvidos. También se muda la música que va desde Lisboa a El Cairo pasando por París o Roma. Me voy, de nuevo, como un caracol, siempre con las cosas preparadas. ¿Adónde? Al mundo. Me esperan unos brazos, los míos; unos labios, estos; unas manos, las cansadas que ahora escriben; unos ojos a los que acecha la miopía.
La tristeza, la dejaré a posta, en el camión olvidada, el rencor, los miedos, no los quiero por mis estanterías nuevas. conmigo vendrán la risa, el llanto, entiéndanme, ese llanto que vivifica y es casi catársico.
¿Adónde esta vez? Al mundo, es decir, aquí, mudarme en mí, renacer, volcar fuerzas, cambiar el agua a los búcaros tres veces a la semana, no se marchiten las rosas. Sin perder la costumbre diaria de pisar descalzo el suelo en la mañana.
La vida está llena de cajas y cajas de cartón, de aquí allí, de ti a mí, por eso, no temas a la mudanza, estamos de paso, pasemos, del alma al olvido, del olvido al más bello y fiel, por eso bello, recuerdo. El tránsito es ligero. Lleva contigo lo justo, lo necesario, llévate sobre todo a ti.
Sastipén e talí. ( salud y libertad) Lachís tasatás (buenas tardes).
Cibó buchara o manró ta o mol opré a mensayé, najemos á jamar ta terquelar per nonrió chibel.
(Hoy, pon el pan y el vino sobre la mesa, vamos a comer y brindar por nuestro día)
¡Apuchelan ar calís ta ler calés e Pinacendá!
(Vivan las gitanas y los gitanos de Andalucía)
Naquera caló, habla andaluz.
Feliz día del gitano andaluz a todos.
Una rueda que habla de lo nómada del pueblo gitano, desde el Punjab indio al mundo. De fondo el azul del cielo y el verde de los campos, símbolos del territorio del gitano, es decir, el propio mundo, sin fronteras.
Su himno debería ser oído hoy por todos los rincones, aunque este está escrito en romaní y el habla propia del gitano andaluz es el caló.
Gelem, gelem lungone dromensar maladilem baxtale Rromençar A Rromalen kotar tumen aven E chaxrençar bokhale chavençar
A Rromalen, A chavalen
Anduve, anduve por largos caminos Encontré afortunados romà Ay, romà, ¿de dónde venís con las tiendas y los niños hambrientos?
¡Ay romà, ay muchachos!
Sàsa vi man bari familja Mudardás la i Kali Lègia Saren chindás vi Rromen vi Rromen Maskar lenoe vi tikne chavorren
A Rromalen, A chavalen
También yo tenía una gran familia fue asesinada por la Legión Negra hombres y mujeres fueron descuartizados entre ellos también niños pequeños.
¡Ay romà, ay muchachos!
Pangela la neger butar, Undivel Te saj dikhav kaj si me manusa Palem ka gav lungone dromençar Ta ka phirav baxtale Rromençar
A Rromalen, A chavalen
Abre, Dios, las negras puertas que pueda ver dónde está mi gente. Volveré a recorrer los caminos y caminaré con afortunados calós
¡Ay romà, ay muchachos!
Opre Rroma isi vaxt akana Ajde mançar sa lumáqe Rroma O kalo muj ta e kale jakha Kamàva len sar e kale drakha
A Rromalen, A chavalen.
¡Arriba, gitanos! Ahora es el momento Venid conmigo los romà del mundo La cara morena y los ojos oscuros me gustan tanto como las uvas negras
Pasar las hebras de la madeja por estas yemas, es igual que si las abriese con un cuchillo. Sangran, sangran y de los dedos caen letras, una tras otra, letras y letras ya roídas, cansadas...
Cuando se encienden las farolas me quedo diez minutos a solas, a oscuras acostumbrando los ojos a la soledad. La noche pasará, pero no a cualquier precio.
Y tomo y retomo, la herida por los dedos, el ovillo grana. y como una ingenua penélope, tejo y destejo el tapiz de lo que pudiste ser, de lo que estás siendo y de lo que serás y fuiste.
Un recuerdo, otro, en poco llegará el sueño. Mañana otro día. Tejo y destejo, una palabra, otra, pero las que ayer te dije, hoy mantengo.
Los labios bien saben sellar y lacrar un secreto. Pero el secreto de tus ojos, empuja y tropieza con la noche.
Diez minutos, los necesarios, los suficientes para acostumbrarme a echarte de menos.
Pero es imposible, la herida está abierta, insomne. Y recorre las calles hasta tu encuentro.
Y los días pasan, los días retornan, vuelven, pero pasan, a tientas o desesperados, con ansias o recreándose en la tarde y sus arreboles, pasan.
Pero el recuerdo.... permanece, nos inunda y nos atrapa, nos traspasa, nos deja caer o en sus velos nos envuelve.
Esta mañana fría, vienen muchos recuerdos a mí. Siempre acompañado de la voz de Um Kalsum que suena de fondo, si cierro los ojos parece que estoy asistiendo a uno de aquellos conciertos que realizaba los primeros jueves de cada mes. Mucho son los recuerdos. Cuán fugaz es la vida, quién atrapa instantes, ni las cámaras con mejores resoluciones lo consiguen.
Y recuerdo tu nombre, el que te di en mis sueños, que no respondía a otra cosa más que al pensamiento. Ni a llamarte me atrevía pero mis ojos te reclamaban, y día a día en una libreta iba anotando tus gestos. Ya no queda nada, los días pasan, solo un puñado de versos, tu mochila, el alerón gris plata de tu citröen. Quizá ya te hayas casado, tengas dos hijos maravillosos, un trabajo y un hogar. Te tenía guardada tanta dicha, los días se la llevaron. Ya no rebobino una y mil veces aquel vhs donde de casualidad salías viendo una procesión, hasta la tecnología se puso en nuestra contra y los deuvedés acabaron por desterrar aquellas miradas. Tan callado en mí, en mi entraña, sin delatar la dicha, el gozo que me producía ver tan solo un resquicio de tu sombra por aquellos pasillos. Todo ha pasado, también lo nuestro.
Pero también me llega al recuerdo a través de su ronca voz, el silencio de aquel ser tan de verdad, el que derramaba luz. Su sonrisa abierta de par en par en medio de la noche, hacía de su isla, un continente por el que habitaba el sueño, el beso... Tu callejón de ánimas, mi callejón del sueño.
Vísperas de noviembre con olor a membrillos por la casa.
- Venga, vamos a jugar.- Decía abuela cogiendo el tazón de porcelana entre sus siempre tiernas manos. Y yo, a sabiendas del juego, me iba al primer cajón de la cómoda a por la cajita de San Juan Bosco, y pasaba por la cocina de camino a por las cerillas.
Empezábamos a rezar a la Virgen del Carmen. Aun recuerdo aquella vieja fotografía que hoy, pasados los años, hice ampliar y plastificar para que presidiera mi cabezal. La Señora del Carmelo, rodeada de ánimas benditas, hasta nueve cuento yo, y hasta nombres les dimos. Y los ángeles ayudando a subirlas al cielo.
Mientras los chiquillos jugaban desgastando zapatos con los balones y enredando sus dedos en las guitas de un trompo, abuela y yo, a la tarde jugábamos al mejor juego que soñar se podía. El tazón casi rebosaba de agua y aceite para que durase más decía. Jamás vi apagarse aquellas luminarias, era sabia mi mima, siempre me dormía antes con el crepitar de esas llamas.
Una y otra, y otra, me ganaba siempre ella, rezaba más bajito y más rápido que yo, volaban sus labios por las jaculatorias. Perdí la cuenta de cuántas salvamos aquella tarde, vísperas de tosantos.